Cuando las marcas no estaban obsesionadas con hacer SUV y crossovers, creaban bonitos coupés como este, coches que daban la oportunidad a muchos conductores de acceder a un deportivo. Esta es la increíble historia del Ford Probe.
El Ford Probe llegó al mercado en 1992, aquel año que marcó un punto y aparte en la historia reciente de España, con la celebración de la Expo en Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Dos citas que significaron la apertura internacional de todo el país.
Pero, en realidad, el Probe que conocimos aquí era la segunda generación de un modelo que empezó a concebirse a finales de los años 70 y cuya primera generación apareció en 1988. La intención de Ford era hacer un deportivo más modesto que el famoso Mustang, con los efectos de la crisis del petróleo todavía de fondo.
La increíble historia del Ford Probé
El primer Probe fue construido sobre la plataforma GD de Mazda, ya que la marca del óvalo tenía un porcentaje de participación en el fabricante japonés. Los primeros prototipos llegaron a montar motores japoneses también, de cuatro cilindros, pero eran demasiado modestos para la filosofía americana.
Finalmente, el modelo llegó al mercado estadounidense en 1988, con tres mecánicas, un 2.2 litros de cuatro cilindros y 110 CV, como versión de acceso, un 2.2 litros Turbo, con 145 CV y un V6 3.0 litros como el que usaban los Ford Taurus y Ranger de la época.
La versión turbo era la más prestacional y estaba equipada con amortiguadores variables con tres modos de funcionamiento, frenos de disco en las cuatro ruedas y ABS. Esta primera generación estuvo a la venta hasta 1992, cuando apareció el Probe que todos conocemos.
La segunda generación
La primera generación presentaba un diseño atípico para los gustos americanos, al ser un vehículo de dimensiones compactas y poco prestacional. Pero la segunda entrega del coupé utilizó una nueva plataforma, la del Mazda MX-6, un deportivo más grande que la marca japonesa desarrolló en paralelo.
Estéticamente, el Ford Probe lucía un diseño muy atractivo, cuyo rasgo más llamativo eran los faros escamoteables, esos que tanto gustaban y siguen gustando a los aficionados al motor y que ya en aquella época estaban llegando al ocaso por razones de seguridad y eficiencia.
La silueta del Probe recordaba mucho a la de algunos modelos japoneses contemporáneos, como el Toyota Celica, especialmente, por el diseño de la zaga y la cantidad de superficie acristalada.
En cuanto a las mecánicas, el deportivo de Ford se ofrecía con dos versiones: la GL, asociada a un motor 2.0 litros de cuatro cilindros y 115 CV, y la GT, que montaba un V6 2.5 litros de aluminio con doble árbol de levas e inyección electrónica de origen Mazda, que producía 165 CV.
Esta versión más potente ofrecía unas prestaciones interesantes, un sonido embriagador que llamaba la atención cuando pasaba y unas buenas cualidades dinámicas, sin ser tampoco un referente en este aspecto.
A la sombra del Ford Capri
Entre el Mazda MX-6 y el Ford Probe se dio una curiosa paradoja: el modelo japonés fue menos conocido en España, porque tenía un diseño menos llamativo y pasó más desapercibido. Sin embargo, ofrecía un comportamiento dinámico mejor que el americano.
De hecho, los probadores y la prensa especializada de la época se decantaban por el coupé japonés, mientras que el Probe les dejaba algo más fríos. Esto se explica porque el Probe calzaba unos neumáticos 225/50 R16 Goodyear VR50 Gatorback, más grandes que los del Mazda, unas suspensiones más blandas y una dirección más asistida.
Todo esto hacía que el coche fue más confortable, pero menos ágil en conducción deportiva. No es que sea algo criticable, simplemente, el Probe tenía una filosofía más propia de un Gran Turismo que de un deportivo puro.
Además, contaba con un equipamiento mucho más abundante, como volante forrado en cuero, asiento del conductor con ajuste eléctrico y soporte lumbar, faros antiniebla, frenos de disco en las cuatro ruedas, entre otros elementos.
Aunque al principio tuvo una buena acogida, las ventas del Ford Probe fueron menguando con el paso del tiempo y la marca del óvalo nunca vio culminada sus expectativas.
Quizá su falta de carácter y personalidad, unido a la tracción delantera, hizo que nunca estuviera a la altura de una leyenda como el Ford Capri, de quien se consideraba su heredero.
Álvaro Escobar