Muchos me llaman «El Dominicano», aunque a lo largo de mi vida he tenido otros nombres. Pero no importa: de todos, este es el que mejor me define, ya que pasé los primeros momentos de mi vida en esas tierras aunque nací en Nueva York, en 1953.
Allí, durante la feria del automóvil que se celebró ese año, me presentaron en sociedad. La gente se moría por hacerse fotos conmigo porque era el no va más. Había apellidos más ilustres como Ferrari o Porsche, pero yo entré en el mundo pisando fuerte a la primera.
Ah, sí, perdón. Me olvidaba. Si quieres conocerme, solo tienes que subir la vista un poco. Soy ese bellezón amarillo con ruedas de flanco rojo que tienes en la foto de apertura. Mi nombre oficial es Pegaso Z-102 Berlinetta Cúpula y mi familia por aquel entonces hablaba de tú a tú con la gente de Módena, de Detroit, de Stuttgart.
No teníamos nada que envidiarles: por mi V8 corría sangre azul de alto octanaje, lo que me convertía en uno de los deportivos más veloces y elegantes del mundo. También era exclusivo; soy único en mi especie, aunque durante muchos años se especuló con que tenía por ahí un gemelo.
Eso se debe a que mi vida ha sido muy intensa. Volvamos al principio. El Dominicano. Recibí ese apodo porque mi primer dueño fue el dictador Rafael Leónidas Trujillo hasta que fue asesinado en 1961. Quizá has leído La Fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa. Un novelón, pero me duele no aparecer en sus páginas a pesar de que mi propietario era uno de los protagonistas.
Tras dejar atrás la República Dominicana, acabé como un juguete de soldados estadounidenses en una base militar. Luego, un americano con mucho dinero y pocos escrúpulos me convirtió en descapotable porque pasaba calor.
Por esa época también estuve en manos mexicanas, también me pintaron de gris (de ahí que algunos pensaran que yo no era yo) y pasé una buena temporada fuera de juego hasta que mi última parada me ha colocado en el lugar que merezco: un museo. Bueno, en realidad en dos.
Una temporada en Bilbao
Mi casa como tal es el Museo Lowman, muy cerca de La Haya, donde recaí en 2005. Allí me curaron las heridas y me dejaron como nuevo en un proceso que llevó nueve años. Pero aunque esté muy cómodo junto a otros 230 coches, las vacaciones de este verano de 2022 las voy a pasar en otro lugar espectacular.
Uno con un nombre tan famoso como el mío: el Guggenheim de Bilbao. Apenas tiene 25 años recién cumplidos, pero este edificio se ha convertido en un referente global en cuanto a obras, exposiciones… También por su propia forma. Diseñado por Frank Gehry, desde el primer momento dejó de ser un mero edificio para rozar peligrosamente (para muchos, entra de lleno) la línea que lo separa del arte.
Y eso viene que ni pintado, pues aquí me consideran eso, una obra de arte. Pero eso no lo digo yo, sino alguien que sabe un par de cosas acerca de la arquitectura, las formas plásticas y, también del mundo del automóvil: Sir Norman Foster.
Sí: ese Norman Foster. Artista, arquitecto ganador del Pritzker (el premio más importante de arquitectura), del Príncipe de Asturias, político, miembro de la Academia de Arquitectura… También coleccionista de coches y, ahora, uno de los comisarios de la exposición Motion. Autos, Art, Architecture.
Aquí no voy a estar solo. En un museo como este, eso sería demasiado sencillo. El propio director del Guggenheim, Juan Ignacio Vidarte, aseguraba durante la presentación de la muestra que era «uno de los proyectos más complejos en los 25 años del Guggenheim».
Y es que junto a mí hay otros 39 coches que representan diversas visiones no ya solo del mundo de las cuatro ruedas, sino del arte en general. Por eso no solo descanso en una sala junto a modelos como el Bugatti Type 57SC Atlantic, sino que estoy junto a otros que marcaron las tendencias del momento.
No es lo mismo la opulencia americana que se vivía a finales de los 50 y que llevó a la aparición de modelos como el Cadillac Eldorado Biarritz, 5,71 m de coche que llenan casi por sí solos la sala Americana, que la Europa en la que la nuova 500 o el R4 eran los reyes y que habitan, junto con el Escarabajo y algunos modelos igual de emblemáticos, la sala Popularising.
Muchos se asombran al conocerme. Algunos no saben que Pegaso hacía algo más que camiones y que soy un perfecto ejemplo del desarrollismo impulsado por el gobierno de Franco de aquella época, pero lo cierto es que tampoco soy el protagonista absoluto de la muestra.
Desde los inicios al siglo XXII
Con mi color amarillo llamo la atención de la sala donde estoy alojado y que se llama Sculptures. Me han puesto junto a modelos como el Delahaye 165, el Hispano Suiza H6B Dubonnet, el mencionado Atlantic o el Bentley R-Type Continental. Arthur Drexler, un arquitecto que trabajó en el MoMa, nos definió como «esculturas vacías con ruedas».
Esculturas como una de las figuras recostadas de Henry Moore con la que compartimos habitación. Además, por lo que he podido saber, el Atlantic movió un par de hilos para hacerle un hueco a un familiar suyo. Este deportivo se ha traído Pantera al acecho, una escultura de Rembrandt Bugatti, tío de Jean.
Pero no somos los más mayores de aquí: están los de la sala Beginnings. El otro día me di una vuelta rápida cuando ya no había visitantes. El caso es que me encontré con un modelo con dos motores eléctricos en las ruedas… Nada raro si no fuera porque estoy hablando de un coche de 1900 fabricado por Lohner-Porsche.
Si es que no hay nada inventado. Desde que en 1888 Bertha Benz se diera una vuelta en el Benz Patent-Motorwagen que construyó su marido Karl Benz en 1886 (algo más de 100 km en 12 horas), las cosas se han sucedido con cierta velocidad. El primer coche con motor de combustión ha evolucionado, y de qué manera.
Esto se ve especialmente en la sala Sporting. Para mi gusto es la mejor de toda la muestra porque en unos pocos metros cuadrados tienes a modelos como el Mercedes 300 SL Alas de Gaviota, el Porsche 356 Pre-A que echó a correr la leyenda de la marca, o el Ferrari 250 GTO obra de Bizzarrini, uno de los coches más bellos de la historia.
Lo digo ahora que no me oye, porque está un poco subidito: uno de estos no cambia de manos por menos de 50 o 60 millones de euros (en serio). Pero es que, además, forma parte de la colección de Nick Mason.
¿Te suena? Uno de los mejores bateristas de la historia, que dotó de personalidad al rock progresivo de Pink Floyd y que ha diseñado una experiencia inmersiva en la que a lo largo de un pasillo se escucha el sonido de los motores de algunos coches presentes en la exposición. Toda una experiencia, porque los oyes acercarse, pasar por tu lado y alejarse como si estuvieras en la mismísima calle.
A mí siempre me gusta disfrutar un buen rato hablando con los representantes del área Visionaries. Locuras sobre ruedas; a veces juguetes rotos: coches de turbinas, con motores nucleares, con formas imposibles; ejercicios de aerodinámica como el Alfa Romeo BAT 7 o el indescriptible Dymaxion #4.
Aquí descansa una escultura de Boccioni, Formas únicas de continuidad en el espacio. Este escultor fue uno de los máximos exponentes del futurismo, una tendencia artística que miraba al futuro como fuente de inspiración y que idolatraba al mundo de las máquinas, del progreso, de la velocidad.
Sin duda una maravillosa manera de resumir esta muestra. Pero vente a verme. Recuerda: Motion. Autos, art, architecture. Te espero hasta el 18 de septiembre.
Luis Guisado